futuro incierto aún, necesitamos para un fin nuevo un medio igualmente nuevo; es
decir, una nueva salud, más vigorosa, más maligna, más tenaz, más temeraria, más
gozosa de lo que fue salud alguna hasta hoy. Aquel cuya alma aspira a vivir en toda su
extensión los valores y las aspiraciones que han prevalecido hasta hoy, a hacer un
periplo por todas las orillas de este "Mediterráneo" ideal; aquel que quiere saber
mediante las aventuras de su experiencia más personal lo que siente en su alma un
conquistador y un explorador del ideal, o lo que siente un artista, un santo, un
legislador, un sabio, un científico, un hombre religioso, un adivino, un anacoreta divino
al estilo antiguo, necesita ante todo y sobre todo una cosa: gran salud, esa clase de
salud que no sólo se posee, sino que se adquiere y que se ha de adquirir
constantemente, porque se entrega de nuevo, porque hay que entregarla... Y ahora, por
haber estado largo tiempo en camino, nosotros, argonautas del ideal, más animosos de
lo que sería razonable, a pesar de haber naufragado y sufrido estragos más de una vez,
disfrutando de una salud mejor de lo que nos estaría permitido, de una salud terrible,
a toda prueba, se nos ocurre que como recompensa tenemos ante la vista una tierra
inexplorada, cuyos límites nadie marcó aún, un más allá de todas las tierras, de todos
los recodos del ideal conocidos hasta hoy; un mundo tan abundantemente lleno de
cosas hermosas, extrañas, problemáticas, espantosas y divinas, que nuestra curiosidad
y nuestro deseo de posesión se desquician hasta el punto de que ya nada nos satisface.
Después de estas perspectivas, con este hambre voraz en la conciencia y el saber,
¿cómo va a contentarnos el hombre actual? Es un hecho bastante grave pero inevitable
que nos cueste tanto trabajo prestar una atención seria a sus fines y a sus esperanzas
más dignas, que no podamos quizá ni prestarles atención. Ante nosotros camina otro
ideal, un ideal particularmente seductor, lleno de riesgos, al que no quisiéramos
animar a nadie, porque no encontramos a nadie a quien pudiéramos conferirle ese
derecho; el ideal de un espíritu que de manera ingenua, es decir, involuntariamente y
en virtud de una cierta abundancia y de un poder exuberante, se burla de todo lo que
hasta hoy se consideraba sagrado, bueno, intangible, divino; para quien las cosas
supremas en las que el pueblo basa con justo título sus criterios de valor no
significarían más que peligro, decadencia, rebajamiento, o por lo menos descanso,
ceguera y a veces olvido de uno mismo; el ideal de un bienestar y de una benevolencia
que siendo sobrehumano parecerá muy a menudo inhumano, por ejemplo, cuando se lo
compare con todo lo que se ha tenido por serio hasta ahora en la tierra, con toda clase
de solemnidad en los gestos, las palabras, el tono, la mirada, la moral, pues resultará
la parodia más personificada y más involuntaria de todo esto. Ideal a partir del cual,
pese a todo, se anunciaría quizá lo real y grandemente serio, se trazaría por fin el
signo de interrogación esencial, mientras cambia el destino del alma, avanza la aguja
del reloj, comienza la tragedia...
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